Trabajar como profesor en un instituto de Enseñanza Secundaria siempre te nutre de anécdotas de lo más variadas y que más de una vez amenizan charlas con amigos y familiares los fines de semana. En la mayoría de ocasiones, estas experiencias tienen como protagonistas a los alumnos más díscolos o a algún comentario chocante de los mismos. Siempre tengo la sensación que sólo cuento el lado más desagradable de mi trabajo porque fuera de contexto resulta chocante y divertido e intento evitar que los demás piensen que no siempre es así añadiendo coletillas como "... Pero la mayoría son buenos"
Este fin de semana ha ocurrido lo mismo, he vuelto a casa con la que es probablemente una de las anécdotas más impactantes vividas en un aula. El protagonista de la misma, al que llamaremos C, es un alumno de esos que viene cuando le da la gana o cuando los Servicios Sociales dan un toque en su casa. No es que el sujeto sea un maleducado , es que creo que nunca ha recibido educación alguna. Es habitual en él lanzar todo tipo de obscenidades, exabruptos, golpear la mesa y hasta tirarse pedos en clase. Participa en un grupo especial llamado "Integra": uno de los múltiples recursos que tiene nuestro sistema educativo para tratar de reenganchar a determinados alumnos hacia la consecución de un título que les facilite el paso a su vida laboral. El programa en cuestión se podría tomar, en el mejor de los casos, como la última oportunidad para aprovechar el itinerario de la Enseñanaza Secundaria, y en el peor, como una manera de concentrar a alumnos disruptivos y evitar que alteren el resto de grupos. Nosotros ponemos todo nuestro empeño para que esta segunda opción no sea la base de nuestro esfuerzo, de hecho, hay ejemplos en los que se ha obtenido el resultado deseado, pero con C es realmente difícil. Si después de su retahila de procacidades diarias, consigues hacerle razonar, calmarle, o felicitarle aunque sea por diez minutos de trabajo bien hecho, podemos considerarlo un buen día. Pero el pasado miércoles no fue un buen día:
Tras su habitual dosis de verborrea escatológica y preocupantes síntomas de obsesión sexual, comenzó a zarandearse los genitales hasta conseguir una evidente erección que él se molestó en delimitar con sus manos para que el resto de la clase y su profesor fueran testigos del bulto que crecía bajo su chándal negro. Orgulloso de su hazaña y encantado consigo mismo, se levantó para que ninguno de los presentes nos perdiéramos el espectáculo.
Dudo mucho que la pequeña conversación que tuve después con él sirviera para algo, y lógicamente di parte del suceso. C estará unos días fuera y puede que tras todas las amonestaciones acumuladas pierda su derecho al programa. A sus profesores nos quedará una mezcla extraña entre el alivio por poder trabajar mejor con el grupo en su ausencia; la confirmación de que hicimos lo que pudimos y una leve, sólo leve, sensación de fracaso.
Pero como he comentado antes, también son habituales las anécdotas entrañables: la misma semana que C alcanzaba su plenitud más soez, un anónimo ángel de la guarda hizo que la vida de un alumno fuera un poco más feliz. T es un alumno al que la asfixiante y cruel crisis económica lo ha llevado a pertenecer a una nueva forma de consideración, la de aquellos con necesidades económicas. A este pequeño pero creciente sector del alumnado se les facilita, por parte del centro, los libros de texto y algo de material, pero la situación de T parecía especialmente grave. Con tanto alumno que entra y sale de las aulas es muy difícil estar al tanto de la totalidad de los problemas particulares de cada uno, pero uno de los profesores de T advirtió que el suyo era un caso especial.
En casa de T hace tiempo que no entra dinero, las prestaciones por desempleo se agotaron y literalmente tienen para comer y gracias. Su mochila estaba llena de descosidos y a punto de romperse por varios sitios y en general, hacía mucho tiempo que T no estrenaba una nueva prenda de vestir. El profesor, en privado, le preguntó qué necesitaba y T le respondió agradecido que nada. El compañero volvió a insistir, proponiendo en vez de preguntando: le planteó la idea de comprarle una mochila nueva e incluso de darle ropa de un sobrino suyo de la misma edad. T aceptó tímidamente.
De forma discreta y sin que ningún compañero de T se enterara del asunto, su profesor le dio una mochila nueva y un estuche que había comprado la tarde anterior. Para evitar preguntas incómodas, T guardó sus nuevas pertenencias dentro de su vieja mochila y se fue a casa.
De casualidad me enteré de la anécdota y me pareció que mi compañero había tenido un gesto entrañable y digno de admiración. Está claro que ganarse al alumnado no pasa porque sus profesores les ayuden siempre de esta manera, pero conociendo a T, sé que le ha quedado claro para siempre que los profes estamos para ayudarles en todo lo que podamos y no sólo para pedir silencio y mandar deberes. También estoy convencido que este pequeño gesto va a repercutir de forma indirecta en la motivación y rendimiento del chaval.
Al día siguiente me crucé con T por el pasillo, me saludó afable como de costumbre y me fijé en que llevaba una estupenda mochila nueva. No le quise decir nada para mantener el asunto con la discreción con la que se hizo, pero T estaba especialmente sonriente ese día.