Una de las múltiples dedicaciones de mi polifacético compañero Norberto es la de pertenecer al Gremi de Campaners Valencians. A finales de los 80, Norberto y otros aficionados fundaron esta asociación con la idea de recuperar el volteo manual de las campanas de la Catedral. Actualmente sólo una de las once campanas cuenta con un motor, el resto se hacen sonar con la ayuda de dos o tres personas por cada campana. Aprovechando que era día de festividad religiosa, Norberto nos invitó a unas compañeras y a mí a lo que podría denominarse un concierto de campanas.
Así pues, a eso de las 11:30 cuando la Catedral ya estaba más despejada del fanatismo del traslado de la Virgen, subimos hasta el campanario del Micalet para disfrutar del evento. La sala del campanario está rodeada por once campanas que datan de los siglos XVI y XVII y cuyo peso en algunas de ellas, se acerca a las cuatro toneladas. Es curioso que cada campana tiene un nombre propio, de esta manera los campaneros se distribuyen entre "Jaume", "Maria", "Andreu" o "Vicent" para prepararse para el volteo.
La vibración que se siente una vez las ponen en movimiento es similar a una "mascletà" pero más duradera y musical. Norberto nos recomendó descalzarnos para sentirlo aún más, pero como vimos que nadie lo hacía lo dejamos para otra ocasión. Pero lo que más me impresionó es la temeridad y el valor de los campaneros: normalmente se sitúan dos a cada lado tirando de las cuerdas y uno en el centro dirigiendo el volteo o frenándola en su caso. Pues bien, a esta tercera persona le pasa la pesadísima campana a escasos centímetros de su cabeza. Lo impactante es que en vez de tirarse al suelo cada vez que ven acercarse a semejante monstruo como haríamos los demás, conocen el momento exacto en el que simplemente ladeando ligeramente la cabeza con extrema precisión, la campana pasa a ras de su cuero cabelludo. Hasta que te acostumbras a verlo piensas que en cada giro de la campana va a ocurrir una desgracia.
Norberto (a la derecha) dándolo todo al tirar de la cuerda
Tras varios "pases" de tan sorprendente espectáculo, la puerta de la sala se cerró al público porque recibimos la visita del mismísimo Arzobispo de Valencia. Cuando le vi entrar en la sala con su atuendo impecable y un crucifijo de oro cuyo resplandor serviría para sacar todos los demonios de mi cuerpo, pensé en huir sigilosamente. Como salir hubiera sido algo indiscreto y al ver que mis compañeras no le daban ninguna importancia a la encerrona pues allí me quedé pensando, nunca mejor dicho, que "con la iglesia hemos topado". El arzobispo, muy correctamente, saludó uno a uno a todos los presentes y casualmente yo era el último del círculo que se había formado ante él. Mientras veía como el resto le hacía reverencias e incluso los más fieles le besaban el anillo, cuyo brillo competía con el de su crucifijo exorcizador, yo pensaba que si la camiseta de "El padrino" que llevaba podía resultar irreverente. También me asaltó la rebeldía de si el arzobispo se conformaría con un saludo formal, sin reverencia alguna, como ciudadano agnóstico y respetuoso que me considero. El ahora sobrevalorado momento llegó y le di la mano como a una persona más, aunque agaché la cabeza, pero sólo para evitar salir en las fotos que un periodista de no sé qué publicación religiosa hacía sin parar. Mi encuentro con el clero quedará como anécdota simpática pero nada comparable a lo que disfruté con el concierto del campanario. Espero repetir en la próxima ocasión. Gracias Norberto.
Curiosidad: Este agujero está en el centro del suelo del campanario y llega hasta la base del Micalet. Antiguamente, pasaba por el mismo una cuerda para que el campanero que en esos tiempos vivía en la Catedral, pudiera voltear una campana desde sus aposentos.
Vaya!
ResponderEliminarDurante varios años fui miembro no activo del gremio de campaneros. recuerdo hace unos qnce años viviendo una experiencia similar, así que mil gracias por recordardarmelo.
Un abrazo,
Pepe