domingo, 22 de abril de 2012

CAÑAS Y BRAVAS


El camarero puso sobre la mesa una jarra de cerveza y una ración de patatas bravas. Olga empezó llenando las copas de Julio y Judith y dejó la suya para el final. Julio relataba cronológicamente las anécdotas de la noche anterior mientras Judith leía con atención el periódico. El monólogo de Julio se transformó en un debate con Olga en el que trataban de consensuar cuál era la cantidad exacta de gin-tonics que Julio tendría que haberse tomado para evitar tener esa desagradable resaca. Su aspecto, cadavérico y lamentable, contrastaba con la belleza de la soleada mañana de domingo junto a la playa.
 Olga empezó a atacar el plato de patatas ante la cara de repugnancia de Julio, que sentía náuseas sólo con el olor que desprendían. Judith, cansada de la estúpida conversación de sus amigos, reprendió a Julio sin levantar en ningún momento la vista de las páginas del diario. En pocas palabras le dijo que ya tenía una edad para esos excesos y para saber cuándo una copa empezaba a estar de más.
 En ese momento, Víctor y Rosa se acercaban por el paseo marítimo en dirección a la mesa de sus amigos. Víctor llevaba en brazos a Samuel, que empezó a señalarles y a saludar sonriente. Tras el intercambio de besos, apretones de manos y el pequeño Samuel pasando de brazo en brazo, Víctor y Rosa se sentaron en las dos sillas que les aguardaban. Rosa sacó de su bolso un dinosaurio verde de peluche y un coche de plástico con ojos en vez de faros y los puso sobre la mesa entre las copas y el aperitivo. Samuel, sentado en el regazo de su padre, cogió el dinosaurio y simuló que éste caminaba entre las copas por toda la mesa mientras fingía un monstruoso alarido. Víctor llamó al camarero y pidió dos copas más, una tapa de calamares y otra de ensaladilla, mientras miraba a sus amigos buscando la aprobación de su demanda.
 Tras ser preguntada por Olga, Rosa empezó a contar que en su empresa estaban con un E.R.E. y que, aunque no era una situación deseable, al menos podía recoger al niño a tiempo de la escuela y prescindir de la ayuda de sus padres. A Olga le maravillaba la capacidad que tenía su amiga para sacar  el lado más optimista de cualquier mala noticia. Víctor dejó por un momento de hacer muecas para provocar la risa de su hijo y cambió radicalmente el tema de conversación. Unos familiares suyos les iban a prestar una casa en Altea durante la primera quincena de Agosto y proponía a sus amigos que se apuntaran al plan, ya que había sitio de sobra para todos. Julio, que ya se había lanzado a probar bocado, se mostró de acuerdo con la invitación. Este año con tantos recortes salariales veía muy difícil poder pagarse un viaje en verano como solía hacer siempre.
 Judith salió por fin de su abstracción cerrando y plegando el periódico. Lo dejó caer con contundencia sobre la mesa y con cierto enfado dijo que ya era lo suficientemente consciente de que España se estaba resquebrajando como para seguir leyendo noticias pesimistas. Dicho esto, se bebió su copa casi de un trago ante la atónita mirada de Samuel. Cuando dejó la copa vacía sobre la mesa, se limpió los labios con una servilleta de papel y guiñó el ojo al pequeño. A Víctor le hacía gracia ese carácter tan duro de Judith y esas frases que lanzaba como sentencias de muerte. Quizás le gustaba este aspecto porque sabía que  debajo de esa coraza,  Judith escondía una fragilidad y ternura sólo apreciable por quienes la conocían de verdad.
 Julio empezó a contar a Rosa cómo anoche había perdido las llaves de su piso y tuvo que ir hasta donde vivían sus padres para recoger la copia que ellos tenían. Rosa comenzó a reír mientras con un gesto disuadía a su hijo de coger un trozo de patata. Sabía que eran demasiado picantes para él. Rosa reía siempre en un tono escandalosamente alto y Víctor miraba avergonzado a las mesas de alrededor por si las carcajadas de su mujer podían molestar a alguien.
 El camarero trajo por fin las tapas que faltaban y se dispuso a tomar nota de la comida. Víctor, emulando a un entrenador deportivo, pidió la atención de todos para decidir si pedían menú o encargaban un arroz.
 Olga disfrutaba con los roles que se establecían en ese pequeño grupo: Julio los divertía; Rosa siempre tenía palabras de ánimo, al contrario de los continuos dardos que lanzaba Judith y Víctor era como el padre que velaba por la protección de todos. Pensando en esto, se preguntó qué papel desempeñaba ella en el grupo, si ella aportaba alguna faceta que se complementara con el resto. Quizás la respuesta la tendrían que dar los demás... De repente se sintió ausente, a una cierta distancia de ellos y comenzó a observarles en silencio. Mientras sus amigos hablaban, reían y se miraban con complicidad, se sintió feliz de formar parte de ellos. Deseó que esa sensación perdurara en el tiempo más allá de ese simple aperitivo de domingo. No iba a tolerar que nada estropeara ese momento, así que decidió cambiar ligeramente su propósito y esperaría al final del día para comunicarles el irremediable diagnóstico del médico.

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