Una vez más, hemos llevado a un grupo de alumnos a visitar el Bioparc de Valencia y he vuelto con la misma sensación agridulce y no porque mis alumnos estuvieran más interesados en hacerse fotos absurdas que en escuchar las interesantes explicaciones del monitor. En la conciencia colectiva, el término "zoo" nos remite a animales enjaulados y privados de su entorno natural para el disfrute de los habitantes del mundo supuestamente civilizado. En este sentido, podemos afirmar que el Bioparc es un buen zoo. Me consta que sus trabajadores cuidan hasta el más mínimo detalle para que los animales se sientan en un medio lo más parecido a sus propios hábitats y en ningún momento se pierde la sensación de que disfrutan de espacios abiertos y bien recreados... pero no olvidemos que el Bioparc es un zoo.
Una muestra de que no todo funciona bien en el parque es en el recinto de los gorilas: las indicaciones de mantener silencio y no estimular visualmente a los gorilas macho no siempre tienen buen resultado. Cuando cada 15 minutos una veintena de alumnos se planta frente al cristal, los gorilas machos empiezan a inquietarse. Se sienten intranquilos y amenazados por ese chorreo de visitantes que, en el peor de los casos, olvidan quitar el flash de sus cámaras, se saltan la cinta de separación y gesticulan o dan palmadas al cristal. Como resultado, el pobre animal se cabrea: lanza puñados de tierra o se acerca enojado a dar un par de puñetazos al cristal para mayor deleite de su irresponsable público. Esto ocurre decenas de veces al día, minando poco a poco el estado nervioso del primate. Me pregunto si no podrían concebir esta visita de otra manera, de forma que se pudiera ver a los gorilas sin que ellos nos vieran a nosotros mediante otro tipo de cristal... No sé, el caso es que da pena ver cómo sufre y eso que yo mantuve a mi grupo más o menos a raya. Hay por ahí vídeos de Youtube grabados por adolescentes en el que de tanto en tanto se oyen advertencias de adultos que se pierden entre el barullo formado. Un desastre.
Pienso que los responsables del parque deberían hacer algo al respecto, porque a este paso el gorila va a acabar como el rinoceronte que trajeron del zoo de Valencia:
Este rinoceronte se pasó 25 años en una jaula dando vueltas en círculo. Lógicamente, el animal se trastornó de por vida. En su traslado al Bioparc continuó con su deprimente hábito, a pesar de contar con un espacio mucho más grande, condenado a dar vueltas y vueltas dibujando un surco de tierra. Los cuidadores del parque lo mantienen aislado porque afirman que si se mezclara con el resto de rinocerontes podría resultar agresivo. Aunque en el parque se le dan las mejores condiciones posibles, es un caso perdido y un ejemplo de la cara más oscura de los parques zoológicos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario