He participado en varias carreras populares pero nunca en una 10K y esa diferencia de dos o tres kilómetros más pasó de ser un pequeño progreso deportivo hasta elevarse a la categoría de GRAN RETO PERSONAL... Hay que poner un poco de emoción a las cosas.
Pues bien, me inscribí en la carrera en cuestión organizada para el pasado 8 de enero y procuré entrenarme con un poco más de dedicación para salir airoso del reto. Pero lo más difícil no fue el madrugón del domingo por la mañana, ni el frío previo a la salida o los diez kilómetros del recorrido... Lo más difícil fue dejar en el mejor momento una divertida cena en la que coincidí con dos viejos amigos que hacía un año que no veía. Fue duro armarse de voluntad para marcharse y asumir los calificativos de "enfermo", "vigoréxico" o "sectario" que me propinaron alguno de mis encantadores amigos. La verdad es que al llegar a casa y para colmo comprobar que no era capaz de conciliar el sueño, empecé a dudar sobre si valía la pena el dichoso reto.
Pero por supuesto que valió la pena: además de mantener un ritmo más que aceptable y no notar nada especial al aumentar la distancia habitual, disfruté del cómodo recorrido, de la organización, de los ánimos de la gente y en definitiva de la satisfacción que se siente cuando acabas una carrera. El ambiente que se crea en estos eventos me resulta muy divertido y eso que llegué a escuchar hasta tres veces la típica broma del corredor que dice que hay que parar cuando durante el circuito pasamos por un semáforo en rojo. Me parecen entrañables esos niños que esperan en algún punto del recorrido y que se emocionan y gritan cuando por fin ven pasar con orgullo a su padre o madre. Pero para momentazos familiares, estuvo la anécdota de esa corredora que a unos cien metros de terminar recogió a su bebé de manos de un familiar que la esperaba y cruzó la meta con su hijo en brazos.
Ninguno de mis amigos de la noche anterior estaba entre el público para animarme, estaban durmiendo o de resaca, pero no me importa... Además, creo que mejor así, que alguno me soltaría eso de "¡Corre Forrest! ¡Correeee!" En cambio, cuando finalicé mi carrera yo sí que animé a una atleta muy especial. Estaba volviendo al coche después de tomarme el refresco, obsequio de la organización, cuando vi a una mujer a un lento pero rítmico paso que aún no había concluido la carrera. Pasaba más de hora y cuarto de la salida e incluso habían empezado a retirar algunas vallas y la gente empezaba ya a ocupar la calzada. Al advertir que la mujer era una participante más, los que estábamos allí nos fuimos avisando para dejar paso libre a la corredora en su último esfuerzo. Todos nos sumamos en un espontáneo y solidario aplauso de ánimo que la mujer agradeció levantando los brazos exhausta. Un bonito final para un inmejorable comienzo del que era el último día de mis vacaciones.
Ayer, ya de vuelta en el trabajo, al contar a un compañero lo que había hecho en la mañana previa al regreso me dijo: "¡Tú estás loco!"
Para Jorge. Gracias.
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