Poco a poco, Berta fue ocupando los
espacios vacíos que la marcha de Ramón había dejado. En unas semanas, ya no
quedaba ningún hueco en las estanterías ni ninguna pared vacía que evidenciara
que alguien más había vivido allí. Berta sólo tuvo que redistribuir sus libros,
discos y demás pertenencias para poder afirmar con seguridad que el piso era
suyo y de nadie más. Ya no quedaba nada, ningún rastro de su vida en común en
ningún rincón… salvo en el dormitorio.
Era
en la habitación más personal e íntima de la casa donde Berta aún conservaba
una fotografía enmarcada sobre su mesilla de noche. En un marco verde metálico
resistía una foto de ambos en el aeropuerto. La imagen en cuestión había
guardado un significado especial para la pareja y había derivado en una
particular broma entre ambos que mantuvo viva la llama de su complicidad
durante años.
La
fotografía se tomó cuando Ramón tuvo que ir a un congreso en Berlín durante una
semana. Berta tenía obsesión por tener fotos recientes de sus seres queridos
antes de un viaje… Por lo que pudiera pasar. Así pues, antes de despedirse,
pidieron a una señora que les hiciera la foto. La mujer no se aclaraba muy bien
con la cámara de Berta y tras varios intentos, la luz del flash captó las
sonrisas, ya sin naturalidad, de Berta y Ramón.
La fotografía quedó algo descentrada, ambos salían más que presentables
pero quedaba demasiado espacio inútil por uno de los lados. Ese espacio fue
involuntariamente ocupado por un chico que pasaba por allí en ese momento y a
quien la instantánea sorprendió mirando hacia la cámara. Esa extraña foto de
pareja en la que salían tres personas les resultaba muy graciosa y decidieron
que merecía ocupar un lugar privilegiado en su casa.
Durante muchas noches, mientras conversaban
relajadamente abrazados en la cama, fantaseaban e inventaban historias en las
que incluían al desconocido intruso de la fotografía. El hecho de que el joven
apareciera en la imagen un par de pasos por detrás de la pareja, dio rienda
suelta a su imaginación. Así, unas veces el intruso era un sicario que iba a
asesinarlos por la espalda y que huyó al advertir que salía en la fotografía, y
otras era el fantasma de un conocido que quería advertirles de una desgracia
inminente. Berta insistía en que el personaje tenía cara de llamarse “José”,
así que en poco tiempo fue bautizado por la pareja como Pepito.
Con
el tiempo, Pepito se transformó en algo propio de la pareja, un guiño entre
ambos, un chiste que nadie comprendía y del que sólo ellos reían ante la
atónita mirada de sus amigos.
Tras la dolorosa ruptura y alentada por su
mejor amiga, Berta comprendió que debía retirar la fotografía si quería
desvincularse plenamente de su pasado. Berta no era capaz de explicar por qué
se resistía tanto a despojarse de ella, pero Ramón, ahora casado con otra,
tenía que salir de ese dormitorio de una vez por todas.
Berta sacó la foto del marco y se quedó
mirando a Pepito con lástima. A fin de cuentas, Pepito no tenía culpa de nada
ni merecía ningún rencor por su parte. El personaje era probablemente el
recuerdo más genuino y positivo de su relación, así que decidió salvarle de su
particular quema. Berta cogió unas tijeras y recortó la silueta de Ramón de la
foto. Quedaron dos pedazos formados por la imagen de Berta y Pepito
respectivamente. Los unió y los puso de nuevo en el marco. Ahora sí que era una
foto de pareja.
A
partir de entonces, las imaginarias historias protagonizadas por Pepito
volvieron a ocupar las solitarias noches de Berta en el dormitorio. En esta
ocasión, el género de las historias había cambiado notablemente: ahora, Berta y
Pepito, corrían románticas aventuras y arrebatadoras pasiones que finalizaban
con un emotivo encuentro en el aeropuerto. De este modo, de una fantasía a otra
cada vez más elaborada y rocambolesca, Pepito ayudó a Berta a rehacer su vida.
El
auténtico Pepito vestía un traje de chaqueta azul marino y resopló al sentarse
por el supuesto alivio de haber pasado una jornada estresante. Aunque Berta
sentía una mezcla de rubor y emoción, respiró hondo, sacó la mejor de sus
sonrisas y decidió hablarle.
¿Fin?
Para María
Me encanta Luis.
ResponderEliminar