miércoles, 4 de enero de 2012

BERTA Y LA FOTOGRAFÍA





 Poco a poco, Berta fue ocupando los espacios vacíos que la marcha de Ramón había dejado. En unas semanas, ya no quedaba ningún hueco en las estanterías ni ninguna pared vacía que evidenciara que alguien más había vivido allí. Berta sólo tuvo que redistribuir sus libros, discos y demás pertenencias para poder afirmar con seguridad que el piso era suyo y de nadie más. Ya no quedaba nada, ningún rastro de su vida en común en ningún rincón… salvo en el dormitorio.
 Era en la habitación más personal e íntima de la casa donde Berta aún conservaba una fotografía enmarcada sobre su mesilla de noche. En un marco verde metálico resistía una foto de ambos en el aeropuerto. La imagen en cuestión había guardado un significado especial para la pareja y había derivado en una particular broma entre ambos que mantuvo viva la llama de su complicidad durante años.

 La fotografía se tomó cuando Ramón tuvo que ir a un congreso en Berlín durante una semana. Berta tenía obsesión por tener fotos recientes de sus seres queridos antes de un viaje… Por lo que pudiera pasar. Así pues, antes de despedirse, pidieron a una señora que les hiciera la foto. La mujer no se aclaraba muy bien con la cámara de Berta y tras varios intentos, la luz del flash captó las sonrisas, ya sin naturalidad, de Berta y Ramón.  La fotografía quedó algo descentrada, ambos salían más que presentables pero quedaba demasiado espacio inútil por uno de los lados. Ese espacio fue involuntariamente ocupado por un chico que pasaba por allí en ese momento y a quien la instantánea sorprendió mirando hacia la cámara. Esa extraña foto de pareja en la que salían tres personas les resultaba muy graciosa y decidieron que merecía ocupar un lugar privilegiado en su casa.
 Durante muchas noches, mientras conversaban relajadamente abrazados en la cama, fantaseaban e inventaban historias en las que incluían al desconocido intruso de la fotografía. El hecho de que el joven apareciera en la imagen un par de pasos por detrás de la pareja, dio rienda suelta a su imaginación. Así, unas veces el intruso era un sicario que iba a asesinarlos por la espalda y que huyó al advertir que salía en la fotografía, y otras era el fantasma de un conocido que quería advertirles de una desgracia inminente. Berta insistía en que el personaje tenía cara de llamarse “José”, así que en poco tiempo fue bautizado por la pareja como Pepito.
 Con el tiempo, Pepito se transformó en algo propio de la pareja, un guiño entre ambos, un chiste que nadie comprendía y del que sólo ellos reían ante la atónita mirada de sus amigos.

Tras la dolorosa ruptura y alentada por su mejor amiga, Berta comprendió que debía retirar la fotografía si quería desvincularse plenamente de su pasado. Berta no era capaz de explicar por qué se resistía tanto a despojarse de ella, pero Ramón, ahora casado con otra, tenía que salir de ese dormitorio de una vez por todas.
 Berta sacó la foto del marco y se quedó mirando a Pepito con lástima. A fin de cuentas, Pepito no tenía culpa de nada ni merecía ningún rencor por su parte. El personaje era probablemente el recuerdo más genuino y positivo de su relación, así que decidió salvarle de su particular quema. Berta cogió unas tijeras y recortó la silueta de Ramón de la foto. Quedaron dos pedazos formados por la imagen de Berta y Pepito respectivamente. Los unió y los puso de nuevo en el marco. Ahora sí que era una foto de pareja.
 A partir de entonces, las imaginarias historias protagonizadas por Pepito volvieron a ocupar las solitarias noches de Berta en el dormitorio. En esta ocasión, el género de las historias había cambiado notablemente: ahora, Berta y Pepito, corrían románticas aventuras y arrebatadoras pasiones que finalizaban con un emotivo encuentro en el aeropuerto. De este modo, de una fantasía a otra cada vez más elaborada y rocambolesca, Pepito ayudó a Berta a rehacer su vida.

 Un año después, Berta volvía a casa en el metro después de un agotador lunes. En una de las paradas del trayecto subió un joven que se sentó frente a ella.  Berta levantó la vista de forma mecánica, pero en vez volver a sumergirse en su lectura como hubiera sido habitual frente a un desconocido, Berta se quedó paralizada mirándole... Era él.
 El auténtico Pepito vestía un traje de chaqueta azul marino y resopló al sentarse por el supuesto alivio de haber pasado una jornada estresante. Aunque Berta sentía una mezcla de rubor y emoción, respiró hondo, sacó la mejor de sus sonrisas y decidió hablarle.    
¿Fin?                                                                                               
Para María

1 comentario: