miércoles, 20 de enero de 2010

Las llaves de María. Una anécdota verdadera.


Durante mis dos primeros años en mi actual vivienda, tuve una pareja de vecinos en la puerta de al lado. Ella se llamaba María, brasileña, hablaba una acelerada e ininteligible mezcla de portugués y español. Él se llamaba Marcio, argentino, y siempre me saludaba con un sonriente "Hola vecino" porque nunca se acordaba de mi nombre. Aunque nuestra relación se reducía a breves encuentros en el rellano o ascensor, eran una pareja muy maja.
Un día, a eso de las tres de la tarde, mientras comía, sonó el timbre. Abrí la puerta y me encontré a María un poco sofocada. Tras tres intentos de explicación en su peculiar bilingüismo, me pude enterar que se había dejado las llaves dentro de casa. Además, María pretendía entrar en mi piso para saltar desde mi balcón al suyo y poder recuperar así sus llaves. Antes de que pudiera contestar algo, María ya había entrado decidida a mi casa y cruzaba mi comedor rápidamente en dirección al balcón. Yo la seguí hasta allí sugiriendo tímidamente que sí estaba segura de lo que pretendía hacer:
Molto segura! Respondió ella.
Mientras sopesaba la manera de subir la pierna por la barandilla y el modo de agarrarse a la pared, yo no hacía otra cosa que imaginar las consecuencias fatales de la escena. Ya me veía sentado frente a un poli bueno y a un poli malo explicando por qué mi fallecida vecina brasileña se había precipitado desde mi balcón. María comprobó que la distancia entre un balcón y otro era bastante peligrosa y yo la convencí de que sería mejor que no lo hiciera. Una vez entró en razón, me contó que quería hacerlo para que su marido no le riñera por uno más de sus habituales olvidos con las llaves. María se fue de mi casa, teléfono en mano, marcando el número de su marido y yéndose a trabajar con las llaves dentro del piso.
Al día siguiente me la encontré en el portal y le pregunté cómo había acabado la historia. El desenlace me pareció entrañable: cuando llamó a Marcio, éste le dijo que tenía una copia de las llaves en un compartimento interior del bolso que llevaba. María se extrañó de que supiera cuál de sus numerosos bolsos llevaba. Por lo visto, Marcio, gran conocedor y sufridor de los despistes de su mujer, había puesto una copia en cada uno de los bolsos de María sin que ella lo supiera. Este último detalle era fundamental, ya que si lo hubiera sabido, habría dejado de preocuparse por coger o no las llaves.
Hace tiempo que Marcio y María se fueron (sin despedirse, por cierto), así que ya no oigo la risa alocada de ella a través de la pared, ni los enérgicos "la concha de tu madre" de él, cuando maldecía a alguien viendo el fútbol. A veces aún les llega correo a su buzón y me acuerdo de ellos y de esta anécdota con final feliz.

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