Aprovechando que hoy era festivo, anoche salí a cenar con los amigos. Todo discurrió estupendamente poniéndonos al día de nuestras respectivas novedades, hasta que pasadas las doce llegó la hora de cambiar de sitio e ir a tomar una copa para continuar la noche. En un inusitado alarde de fuerza de voluntad comuniqué al grupo que me apeaba del copeo ya que hoy quería madrugar para ir a correr con mi padre. Noté que la noticia causó cierta sorpresa, pues mis amigos me conocen y soy de los que se quedan hasta el final. Hubo un poco de cachondeo y hasta alguno que otro me tildó nada menos que de "vigoréxico".
Confieso que la renuncia a seguir divirtiéndome con los amigos supuso un pequeño esfuerzo interno, pero también sabía que necesitaba ese empuje de autodisciplina, sobre todo si quiero conseguir un tiempo decente (dentro de mis posibilidades) en la carrera popular a la que voy el domingo.
Así que, gracias a haber descansado lo suficiente, esta mañana hemos hecho un recorrido a muy buen ritmo. Además está el valor añadido de retomar esta afición con mi padre, continuando así esa costumbre de mi infancia de la que los dos guardamos buen recuerdo... Ahora, más de 20 años después, ya toca que yo "tire" de él mientras corremos.
Dejaremos el gin-tonic para otro día
Cuando he vuelto a casa, con toda la mañana por delante, he sentido una vez más el típico bienestar que queda después de un esfuerzo físico. Pero hoy lo he disfrutado especialmente, quizás por el sentimiento de orgullo por lo que para mí ha sido una especie de sacrificio... Sé que el término es exagerado.
Este cansancio feliz o relax eufórico que se siente tras un ejercicio físico de resistencia es causado por unas hormonas llamadas endorfinas: unos péptidos segregados en la hipófisis, una glándula del tamaño de un guisante que tenemos en la base del cerebro. Las endorfinas, llamadas hormonas de la alegría, actúan como neurotransmisores del sistema nervioso inhibiendo el dolor, pero acompañan este efecto analgésico con una sensación más propia de los opiáceos. Para explicarlo de forma sencilla, es como si nuestro cuerpo segregara una droga sedante sin ningún tipo de efecto secundario negativo y cuyo único coste sean unos 40 minutos de ejercicio. Así pues, aunque renuncié a la copa, he disfrutado de otra manera. Vamos, que creo que seguiré reduciendo mi faceta gin-tonic, en favor de una faceta más "Carros de fuego":
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