Elliot, el día que llegó a casa
Elliot era un hámster ruso que me regalaron en Noviembre de 2010 cuando sólo tenía un mes de vida. Antes de Elliot ya había tenido otro hámster, "Flanders", que estuvo casi dos años conmigo hasta que falleció de forma natural el pasado septiembre. Flanders llegó a casa con varios meses de vida y quizás eso hizo que su carácter no fuera muy sociable. A pesar de que en la tienda de animales me recomendaran que lo cogiera cada día, a modo de terapia, para que se acostumbrara al trato humano, Flanders no fue especialmente simpático. No le culpo.
Pero Elliot era diferente, no tenía miedo a que lo cogieras y lo acariciaras y sólo una vez se mostró agresivo, cuando la hija de unos amigos le asustó sobremanera. A Elliot le encantaba trepar y colgarse del techo de su jaula y cruzaba el piso dentro de una bola de plástico, pero eso no era suficiente para él. Una noche que me dejé la jaula mal cerrada, Elliot se escapó y descubrió que tenía 68 metros cuadrados por explorar. Pasaron los días y no lo encontraba por ningún lado. Me llegaron consejos de búsqueda de todo tipo, los más alarmistas me decían que probablemente estaba royendo los conductos de la lavadora y la nevera y que pronto quedarían inútiles... otros lo daban por muerto. Aunque el mejor consejo fue el de mi sobrina Marieta de 4 años, que sugirió que pusiera carteles y fotos por el edificio. Imagino que mis vecinos le hubieran dado antes un escobazo que intentar devolvérmelo sano y salvo.
Puse la casa patas arriba y limpié donde nunca lo había hecho (hay qué ver lo que uno se encuentra detrás de la nevera) y Elliot no aparecía. A la tercera noche desde su desaparición oficial, oí unos ruidos y pude verlo campar a sus anchas por la casa. Intenté cogerlo pero se escapó para esconderse detrás del único armario donde, por su gran tamaño, no había podido mirar. Allí estaba, vivía detrás de ese armario y aprovechaba sus costumbres nocturnas para salir a comer y beber a su aún abierta jaula. En su quinto día de desaparición y a las seis de la mañana, lo sorprendí dentro de la jaula donde le había puesto a modo de cebo su algodón para dormir. Elliot volvió de esta manera a su jaula tras cinco días de plena libertad.
Puse la casa patas arriba y limpié donde nunca lo había hecho (hay qué ver lo que uno se encuentra detrás de la nevera) y Elliot no aparecía. A la tercera noche desde su desaparición oficial, oí unos ruidos y pude verlo campar a sus anchas por la casa. Intenté cogerlo pero se escapó para esconderse detrás del único armario donde, por su gran tamaño, no había podido mirar. Allí estaba, vivía detrás de ese armario y aprovechaba sus costumbres nocturnas para salir a comer y beber a su aún abierta jaula. En su quinto día de desaparición y a las seis de la mañana, lo sorprendí dentro de la jaula donde le había puesto a modo de cebo su algodón para dormir. Elliot volvió de esta manera a su jaula tras cinco días de plena libertad.
Entonces me asaltó la mala conciencia: estaba teniendo un animal encerrado, enjaulado, que había aprovechado la mínima ocasión para escaparse. ¿Era eso lo que quería? Por otra parte, si soltaba a un hámster doméstico en cualquier lugar iba a durar bien poco con la de gatos que hay por ahí. Decidí la solución intermedia de comprarle una jaula más grande y comprometerme a sacarle más a menudo con su bola. Mientras, Elliot volvía a su vida habitual en su jaula.
Al tercer día desde su regreso lo noté demasiado inactivo, lo cogía y lo notaba sin fuerzas, como si la energía se le estuviera acabando. Le acercaba a la boca su comida favorita y no tenía fuerza para roerla. Lo dejé de nuevo en su jaula y me marché al trabajo con lo peores presentimientos. Al regresar lo encontré muerto.
Mel Gibson interpretando a William Wallace
Lo más lógico es pensar que en su periplo por mi piso algo contrajo o algo comíó que le hizo enfermar. Pero también puede ser que muriera de tristeza porque por unos días fue verdaderamente libre, hizo lo que quiso y cuando quiso. Experimentó una libertad única que yo le arrebaté encerrándole de nuevo y me acordé de la arenga de William Wallace gritando a sus soldados: "Puede que nos quiten la vida para jamás nos quitarán...¡La libertad!". Así es, Elliot prefirió morir a vivir encerrado.
Su cuerpo está enterrado en una maceta que tengo junto a las plantas de mi balcón y he decidido que no volveré a tener un animal enjaulado en mi casa, no me compensan estos disgustazos.
Me ha gustado mucho esta entrada, tanto que de noche he enchufado el ordenador adrede para enseñársela a Vanesa, a quien también le ha gustado mucho. Podrías dejarme la idea para un relato, aunque dado que la historia es muy buena, propongo utilizarla como guión del siguiente intento de corto. Para el papel del hamster propongo a Dani.
ResponderEliminarPor otro lado, a Vanesa, que es fan de Manel (yo no tanto) le ha gustado mucho el videoclip, y me encarga que te diga que ella ya está en lista de espera para conseguir el cd.
Musu bero bat.