miércoles, 4 de mayo de 2011

LOS TURISTAS


 Cuando uno viaja, deja de lado parte de su propia personalidad para convertirse en esa subespecie humana denominada "turista". Hay quienes sucumben más o menos al arquetipo en cuestión, pero nadie se libra de ser fácilmente identificado como tal, bien sea por llevar una cámara colgando o por hacer una interminable cola en un museo.
 En mi último viaje a Pisa y Florencia me metí en el personaje con facilidad: compré souvenirs compulsivamente, hice múltiples fotos a cada rincón y procuré degustar la gastronomía propia del lugar. Ahora bien, donde mejor se identifica a un turista es en su capacidad de hacer colas por casi todo. En este viaje he hecho las evidentes colas para entrar a iglesias, edificios y museos. Pero también he hecho cola para hacer una foto, disfrutar de una vista y, lo más vergonzoso, he llegado a hacer una cola sin saber exactamente para qué era.
 Otra característica de los turistas es la de despojarse del sentido del ridículo nada más llegar a su destino: nos sentimos con el deber de hacer como autómatas lo que el resto de turistas hace, sin importarnos la dignidad y la reputación... si es que alguna vez la hemos adquirido. Al llegar a la Piazza dei Miracoli en Pisa, te encuentras con numerosos turistas que parecen estar haciendo el número del mimo en el espejo, pero de lado. La estampa es impactante, pero en vez de reirte de ellos te unes, sin pensarlo, a su ritual de posturas para que salgan fotos como éstas:


 Pasé de Pisa a Florencia con la etiqueta de "turista" pegada en mi frente y dispuesto a seguir disfrutando del personaje. En esta ciudad, más de 40.000 turistas transitan a diario como zombies por su zona central. Si a eso le añadimos que las aceras se reducen a la mínima expresión y que prácticamente no hay zonas libres de coches y motos, el panorama puede resultar agobiante. Una noche, me encontré un letrero en inglés que decía algo así: ¿Por qué llamarlo temporada de turistas si no podemos dispararles?
 En ese momento me puse en el lugar del florentino/a que por trabajo ha de atravesar el centro cada día y se topa con los ríos de turistas acaparando descontroladamente todo el espacio transitable. Al día siguiente, una vez ya teníamos controlado el mapa y sabíamos cómo llegar a cada sitio, experimentamos la paradójica sensación de ser turista y que te estorben el resto de turistas lentos y desorientados. Entendí que los florentinos se sintieran incómodos ante nuestra apabullante invasión, pero el mensaje no me hizo salir de mi personaje.



 Rápidamente pensé en el dinero que me había dejado gustosamente ese día en comidas, entradas, souvenirs y alquiler de apartamento. Luego lo multipliqué por 40.000 y pensé que era sobradamente justificado que ese florentino/a se levantara un poco antes si quería llegar a su trabajo en el centro, si es que ésa era la razón de su queja. Ya lo decía Paco Martínez Soria: el turismo es un gran invento. Además, qué sería de nuestra frágil economía sin esas buenas previsiones turísticas para este verano. Por esta razón y porque me reí muy a gusto haciendo las fotos de la torre de Pisa, yo he sido y seré... un vulgar turista.



2 comentarios:

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  2. El turista no es vulgar puesto que no pasa desapercibido.
    Florencia es una ciudad espectacular. Demasiada belleza en tan poco espacio... creo que los florentinos tienen asumida la molestia. Eso sí, eché en falta un buen circuito urbano de Fórmula 1.
    La ciudad de Pisa me pareció horrorosa (llegué en bus). Fuera del recinto de la torre inclinada, me pareció una ciudad fea de cojones.
    Sí, es cierto que el turista pierde el sentido del ridículo... recuerdo a cierta persona que se paseó por Inglaterra con el pelo azul!

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