domingo, 25 de septiembre de 2011

VILMA Y EL BAKALA




 Ya no lo aguantaba más. Vilma Picapiedra no soportaba ni un día más encerrada entre los gruesos muros de piedra de su aparante dulce hogar. Vilma se sentía ignorada por un marido que no hacía más que llamarla a gritos como un salvaje y cuyo único concepto de diversión era ir a la bolera o al autocine. Aquellos "Yabadabadú" que tan entrañables le parecían cuando eran novios se habían vuelto irritantes. Vilma estaba cansada de mantener impecable el hogar y que nadie lo valorara, cansada de salir de compras para respirar un poco y verse martilleada por la verborrea de Betty, contando sus chorradas sobre el sosaina y pusilánime de su marido Pablo. Sentía como si su vida ya estuviera programada en una irremediable y monótona hoja de ruta y no podía resignarse a cumplirla sin más. Así que una noche, cuando su pequeña Pebbles quedó dormida y arropada y el animal de su marido roncaba como si un dientes de sable estuviera rugiendo, Vilma salió de casa silenciosamente.
 Simplemente quería dar un tranquilo paseo y relajarse un poco. Vilma caminó sin rumbo hasta llegar al extrarradio de Piedradura, donde se sentó en un banco para descansar las piernas. Ensimismada en sus reflexiones, no advirtió que un joven se sentó en el mismo banco junto a ella. Vilma le miró de reojo y vio que era uno de esos bakalas  que había visto en un famoso programa de reportajes que siempre sacaba a gente desgraciada y a jóvenes sin futuro. Notó que el joven la estaba mirando fijamente y casi sin darse cuenta se vio inmersa en una surrealista conversación con el chico. Vilma no entendía muchas de las palabras de las que hablaba el bakala pero no vio en él ninguna mala intención. En unos minutos, Vilma ya había aceptado su invitación y decidió que esa noche iba a soltarse la melena.
 El chico decía llamarse "Richi" y la llevó en un llamativo coche al aparcamiento de una gran discoteca. A Vilma le llamó la atención la agresiva manera de conducir del chaval, quien hábilmente sólo usaba una mano para manejar el volante mientras el otro brazo lo mantenía apoyado en la ventanilla. Vilma bajó del coche tras el último derrape algo aturdida, percibió que para el chico esa demostración al volante era como un particular ritual de apareamiento y le pareció gracioso. En el aparcamiento, Richi le presentó a su grupo de amigos: todos parecían muy alegres dando brincos al ritmo de una potente música que salía del coche de uno de ellos. Ellas, en cambio, se contoneaban de otra manera y Vilma no entendía cómo no tenían frío con tan poca ropa al aire libre. Richi  y sus amigos sacaban botellas de un maletero y preparaban extraños combinados en vasos de plástico que Vilma no tardó en probar. Al cuarto o quinto trago ya se había acostumbrado a la mezcla de alcohol y bebida energética y como estaba dispuesta a decir que sí a todo, acompañó su bebida con un trozo de pastilla que Richi le ofreció para, según le dijo, pasárselo aún mejor.
 La primera impresión al entrar en la discoteca le hizo pararse en seco. Le impactaron los continuos flashes de luz, el sonido atronador y esa masa en movimiento de cuerpos sudorosos que saltaban y movían sus cabezas con los ojos cerrados, viviendo un trance colectivo. Como quien salta a una piscina, Vilma se mezcló con la gente tirando a Richi de la mano. Encontró un hueco respirable donde pudo levantar los brazos y empezar a moverse como los demás cerrando los ojos. Richi bailaba muy cerca de ella, quizás demasiado, pero de repente empezó a sentir cómo la música fluía por dentro de su cuerpo hasta notar como si se separara del mismo. Todo se movía más lento a su alrededor y se entregó sin contemplaciones a esa extraña sensación hipnótica. 

 Los gritos de una pelea hicieron que Vilma se despertara de un sobresalto. Estaba en el asiento trasero del coche de Richi, en un descampado próximo a la discoteca. Tenía muchísima sed y un dolor punzante en la sien, pero lo peor fue darse cuenta de que no llevaba su ropa interior. Buscó por el coche y encontró sus bragas tiradas junto al acelerador. Decidió dejarlas allí. Consternada al imaginar todo lo que había pasado, salió corriendo de aquel coche hasta encontrar un polígono industrial donde parecía que no hubieran esperado la luz del Sol para empezar la jornada.
 Un taxi dejó a Vilma en la puerta de casa. Aún no había amanecido. Con mucho sigilo comprobó que su pequeña estaba bien y entró en su dormitorio donde los ronquidos de Pedro resonaban por toda la habitación ajenos a la aventura vivida por Vilma. Después de asearse un poco y ponerse el camisón,Vilma se metió con cuidado en su lado de la cama. Sabía que debía sentirse avergonzada y arrepentida por lo que había hecho, pero extrañamente y por primera vez en mucho tiempo, se sentía viva. Vilma cerró los ojos y se durmió con una sonrisa en los labios.

Para María y Dani

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